27 de diciembre de 2010

La música, mi compañera


Soñando con escribirle unas palabras a un alguien inexistente, escuchaba a dos amigos tocar bossa.
En los gemidos de un saxo resbalaban mis amores y las teclas de un piano acomplejado mordían mis dudas.
Será que siempre soñaré con escribirle, sólo cuando la música me acompañe en un vaivén de ilusiones transparentes.

24 de diciembre de 2010

Un río revuelto

A orillas de un río revuelto te encontré al otro lado, mirando el agua con atención, esperando a que una catástrofe sucediera.
Los árboles bailaban a tus espaldas y la naturaleza parecía fundirse en tus ojos verdes.
Tus manos sin vida, colgaban a los costados, castigadas por la cotidianeidad.
Entonces levantaste la vista.
Nos unimos en una mirada, en un solo fluir de sensaciones, el río mediante, turbado como nuestros corazones, nos sirvió de testigo para un amor sin límites, cada uno estancado lejos del otro.
¿Nos animábamos?
Tus brazos, con vitalidad inventada, se levantaron para intentar mezclarnos en un abrazo intenso.
Me estiré para llegar, para acompañarte en tu soledad, pero el río estaba revuelto.
¿Quién cruzaría?
Nos esperamos mutuamente, con las ansias carcomiendo lógicas.
No me contuve, tuve que sonreírte, tuve que gritarte cuánto te amaba.
No supiste si acompañarme en la euforia, pero me seguiste esperando, porque fue ahí cuando supiste que yo era quien iba a cruzar.

14 de diciembre de 2010

Intitulado: nº 2

 Hay que tener en cuenta que me duermo.

-¿Y si nos tiramos a descansar?- La voz de Marcela resonó en el salón.
-¿Adónde? - Respondió Nahuel un poco sorprendido por la proposición y mirando con consternación a su alrededor.
- Ahí, no va a pasar nada - Propuso Marcela, señalando un montículo a lo lejos.
- ¿Pero que es eso? - Nahuel no salía de su asombro.
- Y... una elevación, claramente - Marcela cuando se lo proponía podía ser muy irónica y molesta.
Nahuel se tuvo que resguardar los ojos por el brillo de las baldosas recién lustradas para poder vislumbrar el montículo.
- Pero ¿cómo nos vamos a tirar ahí?, ni siquiera sabemos de qué es - el montículo, en efecto, parecía como una pequeña lomada a la lejanía.
Marcela empapada en determinación se aventuró a empezar a caminar hasta ahí.
De vez en cuando tiraba una mirada de reojo a Nahuel, como para comprobar que tan cerca venía. 
- Marcela, sinceramente esto me parece una locura - ella sólo se limitó a caminar un poco más rápido.
A veces patinaban un poco por la suavidad del piso recién limpio.
- ¡Marcela! Alguien nos va a ver por acá - Nahuel con evidente nerviosismo aceleraba más el paso para encontrarse con su compañera.
Ella no se daba por aludida y se acercaba cada vez más al montículo.
Entonces fue cuando lo sintieron.
Un temblor, un sismo, la catástrofe, y el sonido atronador. Fue en ese instante cuando la ráfaga de viento los sorprendió llevándoselos por los aires unos metros.
-¡Marcela! ¡¿Estás bien?!- gimió Nahuel mientras sentía que el gas que los rodeaba y sobre todo el líquido que los mojaba, les iba quitando la vida de a poco.
Ambos tirados sobre sus espaldas, muy cercanos el uno del otro, sintieron sus energías desvanecerse y se resignaron a esperar la muerte en paz.


-¡Ay mamá pero que asco! Acabo de matar a dos cucarachas que caminaban por el piso de la cocina y les tiré veneno, pero siguen agonizando. Parece que se estaban yendo para esconderse en esa pila de ropa sucia tirada en el piso.


11 de diciembre de 2010

¿Será?

Y entonces se mordió los labios esperando a que lo advirtiera y lo besara.
De las cosas que una se acuerda cuando hacen estos calores infernales norteños pero con toda la impronta del trópico.

8 de diciembre de 2010

Rogelio

Acaba, pero acaba de irse un pajarito que vino a visitarme.
Estuvo dando vueltas por el minúsculo departamento un par de minutos, (por lo tanto, yo también).
-¡Rogelio! - le gritaba - ¡Pero vení!
Entonces se había posado en un mueble pero ya volaba a un cuarto y posarse en un cuadro.
La pregunta es: ¿Realmente se habrá llamado Rogelio?
Tiendo a tener esta manía de nombrarlos, sean perros, gatos, pájaros o ínfimas hormigas, el único requisito que deben tener es: ser completos desconocidos para mi.
Así hubo Olivias, Rodrigos, Danieles, Robertos, Daríos, Amelias, Adrianas y muchos más (pero las iniciales básicas son esas).
Lo corretié 15 minutos, ofreciéndole pan, o simplemente acosándolo en pésimos intentos de encaminarlo hacia una ventana.
De ese modo, en cuanto me adentré en la cocina para buscar un repasador (porque ya no iba a seguir corretiándolo) para finalmente agarrarlo, fue que desapareció.
¿Será que se cansó de que lo llamara Rogelio?

4 de diciembre de 2010

Boceto de familia 1: El viaje





Como ando apurada por cuestiones de fuerza mayor, le meto pata con algo que quiero escribir hace rato, a ver que sale.


En el verano nos fuimos de viaje a la playa mis abuelos, mi vieja y yo.
Lindo todo, nos bajamos en Retiro (estuvimos dando vueltas un par de horas porque los horarios no coincidían)  y de ahí nos tomamos el micro hasta Necochea.
Después de vagabundear (cuatro horas de espera), por lo que mi abuela se quejaba: "¿adonde vamos? A mi no me tengan dando vueltas sin rumbo", y a lo que mi abuelo respondía: "¡Qué se yo adonde vamos, Clarita! ¡Yo no soy de acá!", buscando infructuosamente un "hotelucho" por insistencia de mi abuelo, nos fuimos a comer lo que mi abuela llamó un "desayuno fuerte" (un par de empanadas y sandwiches de lomito a las 10 de la mañana), para entonces, finalmente, subirnos al colectivo.
Llegamos a la casita toda nuestra por 15 días, y después de acomodar un poco las cosas, nos acostamos a dormir.
Al día siguiente mi vieja saltó con la urgencia de ir a la playa, mi abuela secundó y nos mandamos no más, primero a desayunar por ahí y después al agua.
Estábamos a cuatro cuadras de la playa, por lo que no fue tan dura la excursión.
Norteños nosotros, ignorantes en cuestiones playísticas, nos quemamos lindamente los pies en la arena hirviendo bajo el sol polenta de la 1.
En fila india, mi vieja me pidió que lo cuidara a mi abuelo, que cerraba la procesión saltarina.
Mis pies se tornaban color rojo tomate cuando a mi abuelo se le ocurrió parar a preguntar por una sombrilla (él tenía unas hermosas alpargatas blancas, a diferencia del resto, que llevábamos hojotas).
Lo esperé unos minutos, pero cuando ya pasaban a hablar de fútbol con el señor en cuestión y mis pies me hacían lagrimear los ojos, decidí continuar al grito de :" ¡Abuelo, lo esperamos cerca del agua!".
Él no me contestó, compenetrado en la conversación (pero ahora que lo pienso quizás no me escuchó).
Las bailarinas veraniegas llegamos al agua, donde no tardamos en meter los pies.
"Sole, ¿ y tu abuelo?", preguntó, acertada, mi vieja en el momento en que vio que no estaba por ningún lado.
"Y... no se, se quedó preguntando por una sombrilla, le dije que nos encontrara acá... seguro se fue a alquilar una, ya va a volver... ¡Me quemaba los pies!".
"Ya va a venir, no nos vamos a perder el día en la playa por eso", resolvió mi abuela mientras amagaba adentrarse un poco más en el agua.
Y así fue como el primer día en la playa se nos perdió el abuelo.