30 de julio de 2012

Lourdes

Si la vieras trepar, Elena. Es tan frágil. Se trepa a la silla del escritorio con tanta gracia (o mejor dicho, se trepa a nuestra silla de nuestro escritorio). Está tan llena de gracia, con sus bucles indomables y sus vestidos. Está más fuerte, las enfermedades ya no la atosigan. Hace tres días por fin pudo subirse en la silla, encaramarse a la vitrina y estirando los deditos llega a tomar el frasco con caramelos. Los devora. Ella cree que yo no me entero, pero siempre logro ponerlo un poquito más lejos del borde, así piense que trepa una montaña. Yo se que me dirás: "¡Por Dios, Eduardo, se va a caer!". Pero no es así. Si la vieras. Tiene una paciencia y precaución infinitas. Hoy la vi corriendo por el pasto, tratando de treparse a los árboles, corriendo con la perra. Encontró un escarabajo de color verde brillante y me lo trajo, diciéndome que tenía que mostrártelo, tenía los cachetes colorados y las manos sudadas. Lo tenemos acá en un frasco de aceitunas grande, con pasto y tierrita. Siempre te dije que iba a tener tus ojos y tu nariz. Así es, por suerte. Pensar si hubiera salido parecida a mí...

16 de julio de 2012

Nunca más

Suena el teléfono.
Paro la grabación, me saco los auriculares.
 - ¿Hola?
- ¡SÍ! ¡¿CON QUIÉN HABLO?!
- Con Soledad.
- Ah, no perdón.

Salgo de bañarme.
Suena el teléfono, sin siquiera darme tiempo a vestirme.
- ¿Hola?
- Eh... ¿José?
- ... Eh... no... Soledad.
- Ah.

Haciendo un ejercicio de Química Inorgánica.
Suena el teléfono dos veces.
Me paro.
Llego al teléfono.
Cortan.
Me siento.
Agarro el lápiz.
Suena el teléfono.
Corro a atender.
Cortan.

Viendo una película.
Suena el teléfono.
Paro la película.
Me levanto.
Atiendo.
 - ¿Hola?
- ¡Hola amiga! desde el sábado que estoy intentando llamarte para que vayamos a la casa de Pablo.
- ¿Perdón?
- ¿Ana?
- No.
- Ah, perdón.

Llego de la calle.
Suena el teléfono.
Me apuro en subir las escaleras.
- ¿Hola?
- ¿Escribanía?
- No.
- Disculpe.

Suena el teléfono.
Dejo que suene.
Llaman de nuevo. No atiendo.
Vuelven a llamar.
Me levanto del sillón.
Atiendo.
- Hija, estoy tratando de ubicarte hace rato, ¿por qué no atendías?
- Ya no atiendo el teléfono, atendí por tu insistencia.
- ¿Y por qué no atendés? Bueno, no importa... te llamaba para decirte que...

Entonces, no es que el teléfono no sea un gran invento, si no que a nadie se le ocurrió que a estas alturas los números de teléfono se iban a diferenciar en sólo tres dígitos y que, por lo tanto, semejante cantidad de imbéciles se iban a equivocar al discar. Sepa disculpar las molestias ocasionadas, pero yo no atiendo más.

5 de julio de 2012

Nada nuevo

Y quizá lo que es peor, es que todos terminamos siendo interinos en este reinado, aún las sirvientas rebeldes.