20 de mayo de 2011

Intitulado: nº 9

Faltando a la credulidad de mis palabras, voy a publicar un escrito que tengo guardado desde hace un tiempo:

Como si fuera de película, mi sobretodo, el cigarrillo.
Está frío, y es ahora cuando el asesinato sucede.
Envuelto en una música de Piazolla.
Yo paso cerca, el matón me persigue.
Me quiere silenciar.
Me alcanza.
Una piedra, me tropiezo, lo que me trae a la realidad, y me burlo de mi propia imaginación.
Mientras presiono con mis puños dentro de los bolsillos, escucho un ligero sollozo.
Giro mi cabeza hacia el sonido, sugestionado.
Esperé encontrarlos.
Uno suplicando por su vida y el otro relamiéndose, esperando el instante justo.
Volví a mi camino sonriéndome, aunque decepcionado y embelezado por el poder de un domingo lluvioso.
El disparo.
Esta vez no me atreví a girar la cabeza.
Sólo eché a correr, escuchando el ruido de los pasos en los charcos de agua, que seguían muy de cerca los míos.
Esta vez espero no tropezarme.

9 de mayo de 2011

Mi Jardín

Tucumán.
Ciudad de dioses renegados.
Oscura cosmopolita.
El Jardín, descascarándose, sabe enmascarar su ruina a través de hojas otoñales.
Los rostros grises, cansados, ajados.
Las miradas perdidas, la música que llena vacíos, los pasos automáticos.
Las calles desoladas, la monotonía triste.

2 de mayo de 2011

Un Resfrío

Ella caminaba con rapidez en medio del frío otoñal.
Sabía que en poco tiempo iba a sentir ganas de estornudar.
Además sabía que no había llevado pañuelo, lo cual la ponía en una situación muy tensa, ya que llegaba tarde... (de nuevo).
"No, disculpá, no tengo" Supo decirle la empleada del drugstore más cercano, el único a dos cuadras a la redonda. 
No había tiempo.
Sentía cómo el líquido fluía, hasta coronar el orificio nasal.
No podía evitar sostenerse con el dedo, mirar hacia arriba y sorber con fuerza.
Quedaban pocas opciones: podía arriesgarse a llegar aún más tarde, culpar a su resfrío y falta de previsión, comprando pañuelos descartables, o bien... tenía mangas largas.
Se maldijo, mientras contenía el agua que brotaba de su nariz, con la punta del dedo, envuelta en una sensación de impotencia y asco.
Los deseos violentos de estornudar le vinieron de sopetón.
El sonido fue atronador en la cuadra.
Se sintió humillada, y sorbía desesperada, mientras se limpiaba como podía con lo que podía, corriendo a buscar un quiosco que le vendiera pañuelitos.