La escena se remite a la cocina, un sábado al mediodía antes de que lleguen el resto de los comensales esperados. Estamos en la cocina, mis abuelos y yo. Mi abuela, amasando los ñoquis. Mi abuelo, sentado en una mesa del costado, mirando hacia la pared, callado, esperando a que se haga la carne para la salsa.
Abuela: Hija, fijate, por favor, si ya está hirviendo el agua de la cacerola plateada.
Abuelo (responde mientras yo, la nieta, me quedo congelada en el medio de la cocina): ¿Cómo va a estar el agua si no has prendido la hornalla?
Abuela (Atónita por la respuesta, se acerca a mi abuelo): Y decime, ¿Cómo no la prendiste vos?
Abuelo: Ah, bueno, es que yo recién me doy cuenta.
Abuela (Me mira, buscando complicidad, niega con la cabeza y comenta por lo bajo mientras vuelve a amasar): ¿Te das cuenta?
Al rato, después de charlar conmigo, se acuerda y prende la hornalla (que dicho sea de paso, yo tampoco nunca prendí).
Un relato que por esos caprichos del lector, tira más a domingo y no a sábado; de hecho bien podría complementarse con el anterior post.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que hermosa escena de cotidianidad, en mi caso comparto lo de Alejo me lleva a domingo.
ResponderEliminarQue bueno volver a leerte y leer algo tan grato.
abrazos totales.
Vida familiar... como la extraño...
ResponderEliminarJ.
Alejo: Por cuestiones de horarios tuvo que ser un sábado, pero tranquilamente se da los domingos.
ResponderEliminarGuantes de Lana: Idem :)Un abrazo grandote para los tres!
José: Yo sé que en algún momento voy a extrañarlas.
Gracias a los tres!