8 de noviembre de 2010

Visitantes

Una de las  buenas cosas de vivir en un aparthotel es definitivamente la gente.
Aunque en estos tres años que vivo por acá me crucé con muy pocos vecinos (ya que hay nuevos siempre) logré observar y escuchar de cerca muchos acentos y colores.
Los visitantes usualmente son europeos y norteamericanos, como aquél jugador negro y  famoso de la NBA que estaba de descanso (según me informaron), que cada vez que salía lo veía siendo hostigado por niños en la puerta del edificio, firmando autógrafos.
- ¿Te dejo abierta la puerta? - le preguntaba siempre.
- Abierta, si- me contestaba mientras trataba de empujar a la masa de enanitos (porque alrededor de él todos lo eran) que se le pegaban de las piernas.
También aquella pareja de norteamericanos, como de las películas, piel blanca y brillante, con bermudas y camisas floreadas y de barba canosa el hombre y vestidos cortos deportivos de la mujer.
Muy amablemente cuando me veían me inclinaban la cabeza, con una sonrisa fresca y sentida.
O el hombre que apenas sabía responder una masa de palabras en castellano, que  me chocaba en la entrada con una gran sonrisa y con una botella de vino blanco recién comprada en el super.
Esa pareja de españoles que  veía mientras subía las escaleras, sobre todo al marido que tenía casi todo el tiempo pinta de borrachín y había veces en las que no podía abrir la puerta de entrada.
El flaco porteño, que es un morador desde hace tiempo, junto con su novia, y que me agarró en pijamas un par de veces volviendo de la terraza en las mañanas soleadas (ambos hacemos de cuenta que nunca me vió en tal estado).
Mi nuevos vecinos de piso bien podrían ser rusos, holandeses, marroquíes, o de esos países que nunca, ni aunque tuviera el dinero, visitaría, ya que nunca los ví, pero hoy los escuché charlar.
Todos tan silenciosos, misteriosos, amables, fantásticos y exóticos.

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