9 de octubre de 2010

Merlina


Su mirada inquisidora, reposada en un rostro plácido e inocente, me penetraba desde la esquina de la mesa.
Yo, parada, tomando de mi copa de vino, hacía de cuenta que no podía verla  por el rabillo del ojo.
Ella tenía que hacer un gran esfuerzo para apoyar sus codos sobre la mesa, parada en puntas de pie se estiraba y trataba de mantenerse calma.
Sorbí con rapidez lo último que me quedaba de vino en la copa y escapé hacia la cocina. Allí, sintiendo el calorcito interno del alivio, me dediqué a lavar.
Sabía que si giraba tan solo un poco la cara podría verla escrudiñando cada uno de mis movimientos con esos ojos marrones chocolate, que no dejaban ingresar ni un atisbo de luz.
Cuando tomé el valor de darme vuelta hacia la puerta, la pude ver recostada contra el marco, viéndose ínfima e indefensa.
Sus pequeños bracitos la rodeaban y sus dedos se encontraban entrelazándose como si nunca se hubieran tocado entre si, en el refugio de su espalda.
La miré largamente, y ella como única respuesta ladeó su cabeza unos cuantos grados, recostándola como al resto de su cuerpo, sobre el marco de la puerta.
Suspiré. Por primera vez esperaba un comentario suyo, una palabra siquiera, pero no recibí nada.
Sólo se dedicaba a observarme eternamente.
Me senté abatida en el suelo, y allí en medio de la cocina comencé a sentir que las lágrimas poco a poco se deslizaban por mis mejillas. En un intento vano de guardar algo de decoro, me tapé la cara con la mano.
Entonces fue cuando supe.
Su calor era inmenso, más grande que sus ojos, más grande que su misterio.
Su palma se había apoyado con delicadeza sobre mi cabeza, grande y derrotada.
Con un poco más de fuerzas me animé a mirarla, a dejar que ella me viera.
Podía imaginar mi rostro, surcado por líneas negras de rimel corrido, ojos hinchados, ojeras, labios enrojecidos, pómulos brillosos.
En su pequeña inmensidad, me miraba desde lejos, desde metros de altura.
Su mirada, oscura e impenetrable se posaba en mis lágrimas, que sin consuelo ni mesuras seguían rodando por mi cara, despacio, casi haciéndome cosquillas.
Con una media sonrisa en sus labios infantiles, su comprensión y perdón se hicieron visibles.
Con paciencia y dulzura cruzó, con sus dedos cortos y diminutos, el universo que nos separaba, para limpiarme las lágrimas.
Suspiré, renovada, mientras veía cómo atravesaba el mar inmenso que nos desunía y se sentaba a mi lado.
Las dos, ahora nos acompañábamos en aquella profunda realidad delimitada por azulejos blancos.
Inundada en toda su pasividad, se cruzó de piernas y apoyó el mentón en la palma de su mano.
No tardó mucho en abocarse a su tarea sin fin, pero esta vez no tuve miedo de devolverle la mirada.
Con el mismo afán descubrí que tenía mucho más de mí de lo que nunca podría haberme imaginado.
Ambas nos contemplamos con paciencia y tranquilidad, estudiando cada rasgo, cada brillo en la superficie de la piel.
 Cada vez más parte suya, recosté mi cabeza en su regazo, y dejé que sus deditos se enredaran en mi cabello.
Sabía que su mirada inquisidora no se iría, una mirada que respondía muchas más preguntas que las que planteaba, una mirada profunda, familiar, tersa y cálida.
El calor de su mano en mi cabeza terminó por dormirme.
Merlina, la llamé, sumergida en ensueños.
Sentí su estremecimiento, el saberse reconocida y aceptada.
Cuando desperté no la encontré a mi lado, pero sabía que si miraba por el rabillo del ojo la vería, cuestionando, amando, respondiendo.

4 comentarios :

  1. Me gustaaaaaaaaaaa! Te amo.

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  2. Muiiii buenooo! grande Soleee! sos lo mas mujer para escribir :D como ya te dije esta muiii peooola :D

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  3. Esos pequeños angelitos que vienen para llenarnos de inocencia, dulzura y calidez.

    Bueno, se me hizo tarde al final... pero, un gusto al menos el rato que nos vimos :)

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  4. Te amo solee. me encaanta estoo (:

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